sábado, 10 de enero de 2009

VERA CAVLASKA Y JOSEF ODLOZIL

En Septiembre de 1968 los tanques rusos invadieron Checoslovaquia y truncaron la llamada Primavera de Praga.
Muchos ciudadanos anónimos salieron a las calles y arriesgando sus vidas para denunciar aquella intromisión extranjera. Otros, es de suponer, se alegrarían de la llegada de los camaradas rusos. En lo profundo de sus corazones, nadie en aquel país pudo quedarse al márgen ante aquellas escenas de extrema violencia de parte de quienes eran tenidos hasta entonces como hermanos.

El miedo hizo callar a muchos, pero hubo voces valientes contra la invasión. Por ejemplo, la de Vera Cavlaska, una gimnasta que cuatro años antes había ganado tres medallas de oro en los Juegos de Tokyo y que estaba preparandose concienzudamente para renovar la hazaña o, quién sabe, superarla.

Firmar un Manifiesto de denuncia contra la invasión estuvo a punto de costarle la asistencia a los Juegos. No retractarse a la vuelta, ya convertida en un ídolo de multitudes, le destrozaría la vida.

La historia es harto conocida. Vera ganó en México los títulos del concurso completo, salto del caballo, barra y suelo. Se negó a saludar a sus competidoras rusas en el podio, lo que gustaba a la mayoría de los espectadores y sacaba de sus casillas a ls delegados checos.
El último día de los Juegos se casó en la catedral mexicana con el atleta Josef Odlozil, que cuatro años antes, en Tokyo había sido segundo en el 1.500, nada menos que tras uno de los más grandes mediofondistas de siempre, el neozelandés Peter Snell.

En México, Josef sólo pudo ser octavo. La gloria máxima fue para Kip Keino. Empezaba la tiranía kenyana. Pero Odlozil se llevó a la novia de México.

De vuelta a casa, el decorado cambió de arriba abajo. Fueron sometidos a más de cuarenta interrogatorios, Vera no pudo finalizar sus estudios. Ambos se quedaron sin trabajo, rozando la indigencia.
El Club Sparta de Praga le ofreció a Vera dar clases de gimnasia. A escondidas. Pero todo se terminaba sabiendo y ni aquellas migajas llegarían al plato de los héroes olímpicos.

En los Estados Unidos se hizo una película contando la vida de Vera. Aquello tal vez sirviera a la causa del anticomunismo. Pero no hizo sino empeorar la situación personal de Josef y Vera.

El presidente mexicano López Portillo acudió en ayuda de la pareja. Les empleaba como entrenadores en un programa de intercambio deportivo. Sorpresivamente, el gobierno checo accedió a dejarles salir.
Vera se convirtió en una estrella de la TV mexicana. Su programa se llamaba “Hacemos gimnasia con Vera”. Además ambos colaboraban con las Federaciones de Gimnasia y Atletismo.

En México se había casado y en México se divorciaron. Cuando una pareja se rompe es difícil saber cuál de las partes tiene la razón y cuál la culpa. Simplemente se rompen los lazos del cariño, de la ternura, del respeto.

El hijo de ambos, Martín, queda al cargo de la madre.

Cuando vuelven a su país lo hacen por separado. En los años 80 una hermana de Vera muere a los 33 años, en circunstancias no del todo claras y debido a sus convicciones políticas. Tanto dolor junto se lleva a la tumba al padre de la campeona olímpica.

Vaclav Havel y el nuevo régimen traen aires renovadores a la sociedad checa. Vera Cavlaska comienza a trabajar en el Centro de Documentación Deportiva. La vida parecía volver a sonreírle, pero no hacía sino mostrarle su dentadura cariada.

En 1993 Josef Odlozil recibe una paliza. De resultas de la misma fallecía tras un largo periodo de coma. Martin Odlozil fue acusado de haber participado, al menos como instigador en los hechos.

Vera Cavlaska se aparta para siempre de la vida pública. Actualmente vive recluida en un asilo.

Cada mes de Junio en el Estadio Juliska de Praga se celebraba el Memorial Josef Odlozil. El chico que se llevó a la novia de México.

En el prisma de la vida se refleja todo. Las hazañas y las alegría. También la amargura y el dolor más profundos.

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