martes, 27 de enero de 2009

LA HUELLA EN LA CENIZA

Apenas diez y siete esperanzas intactas y tantísimos sueños bullendo en la cabeza. El mundo se encerraba en aquel óvalo de tierra apisonada donde cada sábado aprendíamos a dar lo mejor de nosotros mismos.

Yo era el novato, oscilando entre el miedo a no dar la medida y el asombro absoluto de ir creciendo de carrera en carrera.

Los veteranos, Felix, Ireneo, nos hablaban de la gente importante, tíos de pelo en pecho, con cinco, siete años en su facultad. Llegaban a la línea de salida seguros de si mismos. Tan lejos de aquel pánico que me atenazaba desde que salía de la boca del metro en Moncloa, que iba creciendo mientras bordeábamos el Parque del Oeste, y que desaparecía calentando.

A veces las carreras salían bien y los veteranos nos presentaban a los gallos de otros corrales. Algunos con nombres de leyenda.

Pero por encima de todo estaba la aureola de alguien capaz de tareas superiores. Alguien de quien se decía que el invierno anterior había estado entrenado en la Sierra, con unas pesadas botas en la nieve. Y arrancando el verano se había ido a un lugar llamado Volodalen, algo así como el paraíso que nunca conoceríamos los simples mortales. Volvió de allí con un tres cuarenta adornando sus zancadas. En un lugar llamado Goteburgo, en la carrera de las carreras había completado esa marca sagrada. Tres cuarenta redondos.

Y había estado en México, era olímpico. Y uno, apenas diez y siete incertidumbres, hubiera querido tratarlo desde entonces. Pero uno era un aldeano tímido, un chaval cuyo mundo se encerraba en aquel ovalo de tierra apisonada y los muchos libros que empezaba a devorar.

Fue una pena mi timidez de entonces. Tan irracional como el pánico antes de las carreras. Porque el hombre con un tres cuarenta adornando sus zancadas era de lo más abierto sin ápice de altanería. Pero eso, conocer a la gente, no se aprendía en mis libros.

Cuarenta años después, toda una vida, he tenido el privilegio de tratarlo, de saciarme en el pozo de sus conocimientos y asombrarme de su bonhomía.

Feliz aniversario, Jorge. Que nunca se borren nuestra huella en la ceniza.

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